Narcotráfico y grupos criminales instrumentalizan discursos políticos para controlar territorios y legitimar su presencia ante la población.
En distintas regiones de América Latina, el crimen organizado y el narcotráfico han encontrado en las ideologías políticas una herramienta útil para consolidar su poder. Sin importar si el discurso es de izquierda o derecha, lo que prevalece es la conveniencia estratégica: utilizar narrativas políticas para ganar legitimidad social, controlar comunidades y proteger sus operaciones.
En países como Colombia, Venezuela y México, grupos criminales se han apropiado de retóricas asociadas a la izquierda, prometiendo justicia social y protección frente al abandono estatal. Las disidencias de las FARC, por ejemplo, continúan usando un lenguaje revolucionario para presentarse como defensores del pueblo, aunque operan como estructuras dedicadas al narcotráfico. En Venezuela, colectivos armados vinculados al chavismo controlan territorios urbanos con respaldo político, al tiempo que ejercen prácticas propias de mafias locales. En México, ciertos cárteles se han ganado la aceptación de comunidades pobres mediante la entrega de víveres, obras comunitarias o incluso justicia informal.

Por otro lado, también existen alianzas con sectores conservadores o de derecha, especialmente en contextos donde se prioriza el orden y la mano dura. En Centroamérica, pandillas como la MS-13 y Barrio 18 han negociado con autoridades y partidos políticos para obtener beneficios o asegurar zonas de control. En Colombia, antiguos grupos paramilitares utilizaron un discurso anticomunista para justificar el dominio armado y eliminar rivales, mientras tejían vínculos con estructuras políticas y económicas.
Además, el crimen organizado participa de manera indirecta en procesos electorales, financiando campañas de distintos partidos y buscando candidatos que prometan no interferir con sus actividades. Esta infiltración permite condicionar decisiones institucionales y mantener zonas de impunidad.
Más allá de la ideología, lo que une a estos grupos es una lógica de poder, control territorial y protección de sus intereses económicos. Su uso de discursos políticos es selectivo, utilitario y adaptado al entorno. En muchos casos, replican prácticas populistas: cercanía con la gente, clientelismo y aprovechamiento del abandono estatal para presentarse como alternativa de orden o justicia.
El resultado es un fenómeno que debilita la democracia, corrompe las instituciones y profundiza la inseguridad. El crimen organizado no tiene ideología: tiene objetivos, y la política —en cualquiera de sus formas— es solo una herramienta más para alcanzarlos.
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