El célebre libro El Arte de la Guerra del general chino Sun Tzu, considerado el mejor de estrategia militar de todos los tiempos, inicia con la frase: la guerra es el asunto más importante para el Estado. Posteriormente, enfatiza en la importancia de la estrategia y la planificación para evitar conflictos innecesarios, buscando la victoria a través de la inteligencia y la persuasión en lugar de la fuerza.
En días recientes, la retórica de la politiquería criolla ha instigado una innecesaria violencia que desorienta al verdadero objetivo de guerra de nuestra Costa Rica: luchar contra la desigualdad, la pobreza, la corrupción en todas sus formas, el subdesarrollo, la falta de infraestructura, la crisis educativa, la inseguridad y la violencia. Hoy en día, retos y enemigos nos sobran a los costarricenses como para en este momento desgastarnos en palabrerías, desinformación, troles y fanatismo. Como lo diría el recordado comediante Lucho Ramírez (q.e.p.d.) esto es un marco de lucerías o un duelo de bombetas.
Mientras el narcotráfico avanza en la compra de voluntades y controlando a sus anchas el territorio nacional, unos bombetas incentivan el conflicto entre las fuerzas de policía. Por un lado, unos caen en la trampa en recibir un privilegio, un confite de pensionarse antes del resto de trabajadores de los otros cuerpos de policía que también trabajan de noche, con malas condiciones, incluso peores salarios, pésimas patrullas y sobre todo poniendo el pecho a las balas como lo hacen los humildes integrantes del ejército de pies descalzos o sea la Fuerza Pública, la tropa, y eso por obviedad provoca resentimiento.
Por otro lado, el denominado lawfare o uso antojadizo del aparato judicial para tumbar rivales políticos y hacer shows en allanamientos donde llegan antes periodistas con expedientes filtrados violando el artículo 295 del Código Procesal Penal a vista y paciencia de todos. Esa mano peluda tan poderosa dejó de ser una leyenda urbana y pasó a confirmarse su existencia.
Los dos escenarios anteriores parecen sacados de una comedia teatral, cuando Costa Rica tiene una tasa de homicidios vergonzosa de 17 por cada cien mil habitantes y que para el caso de Limón es mayor a 30. Tenemos años de muertes por todo lado, violencia desbordada y una impunidad que desnuda a los políticos. Tales números no son aceptables para pedir bochornosos privilegios. Ante tales resultados, si se dieran en cualquier empresa privada muchos hubieran sido despedidos sin derecho a nada hace mucho tiempo.
Si un país está en guerra civil, está destinado al fracaso. De la misma manera, si una ciudad o una familia está dividida por peleas, se desintegrará. Como lo dijo Jesús en Mateo 12:25: «Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no se mantendrá en pie». Algo tan simple no lo entienden los políticos a menos que sea que tienen interés en debilitar las fuerzas de policía para la consolidación del narcoestado. A las evidentes pruebas nos remitimos…
Desde el punto de vista republicano, nuestra historia nacional nos enseña muchas cosas interesantes. Gobernantes con ímpetu semejante al actual han sido derrocados por las mismas fuerzas militares que integraban su círculo de confianza. Cabe recordar el Pacto del Jocote, donde el hombre de confianza designado por el Presidente Braulio Carrillo se entregó al invasor Francisco Morazán; o como fue el infame fusilamiento del libertador nacional Juan Rafael Mora Porras ; o también como los hermanos Tinoco, ministros de Alfredo González Flores, lo derrocaron y montaron la dictadura, entre muchos eventos más. En ese sentido la traición es una moneda de uso común para apagar a los caudillos.
Recordemos que las guerras y las revoluciones tienen un solapado interés económico y de reacomodo de élites. Para ejemplos nuestro 1948. Pero, lo más paradójico que quienes pelean las guerras y ponen las víctimas son los pobres y al final no tienen réditos más allá de perder a sus familiares o pasar como veterano en un país que se dice de paz y que olvida a sus héroes con facilidad.
Y siendo honesto ya vivimos una guerra en las calles, con números de cientos de víctimas de muertes violentas y familias que exigen justicia y que no merecen politiquería ni discursos infames. Por ello, un éste es un llamado respetuoso a la cordura, nuestros niños merecen algo mejor.
Miguel Gutiérrez Pizarro
Abogado y colaborador de CRPRENSA



