La demagogia se ha convertido en un sello distintivo del crimen organizado dentro de la función pública. A través de discursos engañosos y promesas vacías, ciertos sectores buscan manipular a la sociedad y consolidar su poder a costa del bienestar colectivo.
Existe una frase que refleja la diferencia entre la integridad y el engaño: «Que tu sí sea un sí, y que tu no sea un no». Sin embargo, en la práctica, muchos que han jurado cumplir con principios éticos terminan traicionando su palabra cuando se ven ante la prueba de su propia integridad.
Hoy en día, la ética se ha desvanecido en múltiples sectores, tanto en empresas como en individuos, generando una crisis de confianza. La falta de principios y valores lleva a una sociedad a convertirse en un estado fallido, donde la ciudadanía y los funcionarios públicos dejan de actuar con rectitud.
Cuando la institucionalidad pierde credibilidad, la población comienza a buscar justicia por sus propios medios, percibiendo al Estado como una amenaza en lugar de un garante de derechos. En este vacío moral, los embaucadores se presentan como alternativas, condenando a otros mientras ocultan su propia corrupción. Su estrategia es clara: sembrar la duda, desacreditar a quienes los cuestionan y presentarse como la opción «menos mala».
Para revertir esta crisis, es fundamental fortalecer los valores en la sociedad. La ciudadanía debe ser menos tolerante con las acciones que atentan contra la dignidad y la ética. Sin embargo, esto exige un esfuerzo y compromiso individual, algo que muchos evitan al esperar que sean otros quienes actúen primero. La falta de responsabilidad colectiva solo perpetúa las consecuencias de un sistema en decadencia.
Opinión de Gerardo Ledezma.
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