No hay obligación de aprobar la vacunación obligatoria

El Parlamento alemán inició el debate sobre la posibilidad de imponer la vacunación obligatoria. Marcel Fürstenau entiende a los partidarios, pero se opone. Estima que hay muchas dudas no aclaradas.

Tres horas debatió el Parlamento alemán sobre el tema. Eso indica que el asunto debe ser importante. ¿Y qué es actualmente más importante que la lucha contra la pandemia? Nada, responderá probablemente la mayoría de la gente. Por eso, es bueno que los 736 parlamentarios del Bundestag se tomen el tiempo necesario para conversar y discutir sus posturas sobre la vacunación obligatoria. ¿Debería Alemania seguir el ejemplo de Austria?

La coalición de socialdemócratas (SPD), verdes y liberales (FDP), que lleva apenas 50 días en el Gobierno de Alemania, no tiene una respuesta clara como para estar segura de que, si se somete el asunto a votación, pueda contar con una mayoría propia. Por eso, sus detractores dicen que el canciller socialdemócrata Olaf Scholz ha fracasado ante su primer gran desafío.

Crítica hipócrita

Sin embargo, quien quiera derivar de ello una debilidad en el liderazgo del sucesor de Angela Merkel, argumenta con hipocresía. Sobre todo, cuando en sus propias filas no hay consenso en torno al sensible tema del COVID-19, como ocurre en el caso de la exgobernante Unión Cristianodemócrata (CDU), ahora en la oposición.

Aparte de los populistas de derecha de Alternativa para Alemania (AfD), que minimizan el coronavirus, no hay ningún partido que tenga una opinión unánime en cuanto a la vacunación obligatoria. Así que las discrepancias no representan un fracaso político, sino que son expresión de una comprensible actitud reflexiva. A fin de cuentas, sin exagerar, esta decisión tiene que ver con asuntos de vida o muerte.

Errar es humano, pero puede confundir

Casi nadie había contado con que la pandemia durara tanto. Recordemos la promesa de que el rápido desarrollo de una vacuna pondría fin pronto al problema. Entretanto, todo el mundo sabe que ese fue un fatal error. Porque el virus muta continuamente y el efecto de las vacunas es mucho más breve y débil de lo que se esperaba. La rampante propagación global de ómicron es un ejemplo de ello.

Antes de su aparición, la mayoría de los políticos se pronunciaba contra una vacunación obligatoria, incluyendo al actual ministro de Salud alemán, Karl Lauterbach. También el canciller Olaf Scholz mutó de detractor a partidario de la obligación de vacunarse. Su argumento, como el de muchos de los que han cambiado de opinión, es que la tasa de vacunación es demasiado baja. Pero, entretanto, ha llegado a casi el 74 por ciento (hasta el 26 de enero).

Mala comunicación

Al comienzo de la pandemia, se decía que la llamada inmunidad de rebaño se alcanzaría con entre un 60 y un 70 por ciento de la población vacunada. Ahora se habla de un 90 por ciento. Puede que sea así, pero la continua elevación de la meta ha provocado en mucha gente amplias dudas sobre el manejo de la crisis.

¿Y ahora? Las cifras de contagios baten cada día nuevos récords, pero la proporción de casos graves se reduce, al igual que otro indicador importante: el número de pacientes con COVID-19 en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales. A mediados de diciembre, eran casi 5.000. Desde entonces, la cantidad se ha reducido a la mitad, porque la variante ómicron es más contagiosa, pero al parecer menos peligrosa.

Demasiadas esperanzas defraudadas

Entretanto, incluso el virólogo más conocido de Alemania, Christian Drosten, de la clínica Charité, reconoce que en algún momento habrá que «dejar circular» el virus. Lo dice cuando está claro que las vacunas autorizadas poco pueden hacer contra ómicron. No obstante, se promueve con énfasis la aplicación de dosis de refuerzo, con el argumento de que eso evita las evoluciones severas de la enfermedad.

No se sabe cuándo saldrá al mercado una vacuna eficaz contra la variante predominante. El jefe de BioNTech, Ugur Sahin, espera que sea a mediados de marzo. Pero las esperanzas han sido defraudadas demasiadas veces como para fiarse de eso. ¿Qué tal si entonces ya hay una nueva mutación del coronavirus, y se necesita otra vez una nueva vacuna?

Motivos de duda

Millones de personas ven contagiarse a familiares, amigos o colegas, a menudo pese a que tienen vacunas de refuerzo. Y registran que ya no se puede confiar en lo que se dice. De pronto, los certificados de vacunación solo tienen vigencia de nueve meses, en lugar de doce. Los que se han recuperado del COVID-19, pierden su estatus a los tres meses, en lugar de seis. Al comienzo, se decía que la vacuna de refuerzo debía aplicarse por lo menos seis meses después de la última dosis. Ahora ese lapso también se reduce a la mitad.

Todo eso da qué pensar, también a muchos vacunados, y alimenta dudas. En esta situación, pretender una vacunación obligatoria no es buena idea. Porque, en vista de las experiencias recabadas hasta ahora, nadie puede garantizar que mayores tasas de vacunación conduzcan automáticamente al término de la pandemia. Porque muchos preferirán pagar multas antes que vacunarse. Y porque habría que contar con que se produzca una avalancha de demandas judiciales.

Vacunación voluntaria

Tras el primer debate del Bundestag, en el que no se presentó todavía ningún proyecto de ley, comenzará la fase más candente. Los partidarios de la vacunación obligatoria se proponen alcanzar su meta hasta mediados de marzo. Saben que la mayoría de la población, harta de la pandemia, los apoya. No obstante, pese a toda la comprensible impaciencia, deberían sopesar las cosas con calma. Un voto visceral sería poco serio.

Se trata de una decisión de conciencia. Por eso es bueno que el Gobierno no presente un proyecto de ley propio y deje la decisión en manos del Parlamento, por sobre las fronteras partidistas. Y, ante la extendida inseguridad, cabe recordar que no hay obligación de aprobar la vacunación obligatoria. Se puede seguir apostando por la vacunación voluntaria.

Fuente: DW

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