Publiperiodistas, la desinformación como modelo de negocio y un riesgo democrático

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Una nueva figura está redefiniendo silenciosamente el rol del periodismo en las democracias modernas: el publiperiodista. Este perfil híbrido, que mezcla funciones de periodista, publicista y operador ideológico, ha dejado de ser una rareza para convertirse en parte del ecosistema informativo en muchos países. Sin embargo, su crecimiento no responde a una evolución natural del oficio, sino al colapso educativo en las carreras de comunicación y a la creciente injerencia de marcas, agencias y redes de intereses oscuros que usan los medios para manipular la opinión pública.

Durante las últimas dos décadas, numerosas universidades han debilitado su enfoque en ética periodística, pensamiento crítico e investigación. En su lugar, han promovido planes de estudio centrados en “comunicación estratégica” y “contenidos de marca”, muchas veces financiados por agencias de publicidad o grandes corporaciones. Esto ha producido generaciones de comunicadores entrenados no para fiscalizar al poder, sino para servirle.

El resultado es el publiperiodista: alguien que redacta notas a pedido, evita la incomodidad al anunciante y difunde comunicados disfrazados de noticias. En lugar de cuestionar el poder, lo embellece.

A esta colonización comercial se suma una más grave: la ideológica. Grupos políticos, redes de corrupción e incluso estructuras vinculadas al crimen organizado financian contenidos que aparentan ser periodísticos, pero que en realidad son propaganda encubierta. Estos mensajes suelen estar orientados a:

  • Mejorar la imagen de personas o empresas bajo cuestionamiento.
  • Manipular la percepción pública sobre leyes que benefician a estos grupos, especialmente en temas como evasión y elusión fiscal.
  • Debilitar los mecanismos de control estatal.

En este contexto, el publiperiodismo deja de ser un problema ético para convertirse en un riesgo sistémico. Utiliza herramientas periodísticas para difundir desinformación de forma profesional, dirigida y eficaz.

Con los medios cada vez más dependientes de ingresos publicitarios o alianzas con sectores políticos, el conflicto de interés ya no es un accidente: es estructural. La línea entre contenido y publicidad ha desaparecido. El publiperiodismo adopta técnicas de relaciones públicas, pero bajo el disfraz de la objetividad informativa. Esto genera una ciudadanía confundida, expuesta a contenidos diseñados para manipular, no para informar.

La consecuencia más grave de este fenómeno es el debilitamiento progresivo de la democracia. Al perder medios libres y periodistas independientes, la sociedad también pierde transparencia, fiscalización y capacidad de respuesta. En ese vacío, proliferan las mentiras, se aprueban leyes a favor de intereses oscuros y se consolida la impunidad.

El publiperiodismo no es solo una distorsión del oficio, sino una herramienta directa de manipulación ideológica al servicio de quienes buscan evadir impuestos, blanquear crímenes o controlar la narrativa pública.

El avance del publiperiodismo es una señal de alarma. Para frenar su expansión, se necesita recuperar la educación crítica en las escuelas de comunicación, proteger la independencia de los medios y denunciar de forma explícita la relación entre propaganda ideológica, intereses comerciales y redes criminales.

El futuro del periodismo —y de la democracia— depende de ello.

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