La relación militar entre Estados Unidos y México atraviesa un momento de alta actividad, marcada por despliegues fronterizos, ejercicios conjuntos y un aumento en las tensiones políticas y diplomáticas.
El gobierno de Donald Trump reforzó su presencia militar en la frontera sur con el envío de más de 600 efectivos adicionales, elevando el número total a unos 9,600. El contingente incluye personal del Ejército y de la Fuerza Aérea, con el objetivo de frenar la inmigración ilegal y el tráfico de drogas.
En respuesta, el gobierno mexicano desplegó 10,000 militares en la frontera norte, como parte de un acuerdo para evitar la aplicación de aranceles del 25% a exportaciones mexicanas hacia EE.UU.

A pesar de las fricciones, ambos países mantienen espacios de cooperación militar. El Senado de México autorizó la entrada de 155 marines estadounidenses para participar en el ejercicio anfibio bilateral «Fénix», orientado al adiestramiento conjunto. Además, se han sostenido reuniones de alto nivel para reforzar la colaboración en materia de defensa y seguridad fronteriza.
Sin embargo, las tensiones no han desaparecido. La decisión de Trump de declarar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas abrió la puerta a posibles intervenciones unilaterales, medida rechazada por la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, quien ha impulsado reformas constitucionales para reforzar la soberanía nacional.
En este contexto, la reciente confirmación de Ronald Johnson —exagente de la CIA— como embajador de EE.UU. en México genera preocupación. Su nombramiento llega en medio de una escalada de medidas unilaterales desde Washington y del despliegue de destructores navales en la costa del Pacífico, como parte de una estrategia de “restauración de integridad territorial” y control fronterizo.
Las acciones conjuntas y los roces diplomáticos muestran una relación bilateral que combina cooperación militar táctica con un trasfondo político cada vez más tenso.
