Las elecciones legislativas celebradas el 26 de octubre de 2025 confirmaron un nuevo equilibrio de poder en Argentina. El presidente Javier Milei, al frente de La Libertad Avanza, consolidó su posición como figura dominante del escenario político, logrando aproximadamente el 40,8 % de los votos a nivel nacional y desplazando a la coalición opositora Fuerza Patria, que se ubicó cerca del 31 %. Sin embargo, el respaldo electoral no alcanzó para garantizar mayoría absoluta en el Congreso, lo que mantiene abierta la disputa por la gobernabilidad y plantea interrogantes sobre la viabilidad de su agenda económica y social.
El resultado supuso la renovación de 127 bancas en la Cámara de Diputados y 24 en el Senado, dentro de un clima de participación inusualmente bajo, de apenas 67,85 %, el más reducido desde el retorno de la democracia en 1983. La jornada reflejó una sociedad dividida entre el apoyo a las reformas y la fatiga por el ajuste, mientras la política argentina intenta adaptarse a una nueva lógica de poder más vertical y menos negociadora.
La victoria de Milei ha sido interpretada como un respaldo a su discurso liberal y a la ofensiva económica con la que ha intentado reordenar las finanzas del Estado. Desde los primeros meses de su mandato, el presidente prometió reducir el déficit fiscal, privatizar empresas públicas y abrir el país a las inversiones internacionales. Los mercados recibieron el resultado con euforia: los bonos soberanos repuntaron, el peso se estabilizó y organismos financieros internacionales, junto con bancos de inversión como JPMorgan y UBS, calificaron la jornada como “una señal de confianza” hacia el rumbo de las reformas estructurales.

Pero el clima de optimismo bursátil no refleja la complejidad del país real. En los barrios del Gran Buenos Aires y las provincias del norte, el efecto de los recortes y la eliminación de subsidios se tradujo en mayor precariedad y pérdida de poder adquisitivo. En esas zonas, donde las redes de ayuda social fueron históricamente el principal sostén, la política del ajuste ha generado desilusión y desconfianza. Le Monde describió esa sensación con crudeza: “el tejido social se resquebraja mientras la resiliencia se vuelve amarga”. Esa fractura social se profundiza al mismo tiempo que el gobierno celebra el “orden macroeconómico”, revelando la brecha entre los indicadores y la vida cotidiana.
En su discurso tras la victoria, Milei agradeció “a los 10 millones de argentinos que eligieron la libertad”, insistiendo en que el país vive un punto de inflexión histórico. Su retórica triunfalista buscó consolidar el relato de una “segunda fase de transformación”, pero los desafíos internos son más complejos. El oficialismo, aunque fortalecido, debe construir acuerdos en un Congreso que sigue fragmentado, donde el peronismo conserva fuerza territorial y las alianzas provinciales pueden definir cada votación. La gobernabilidad, más que la economía, se perfila como la prueba decisiva del nuevo ciclo.
Fuera de Argentina, la atención fue inmediata. En Washington y Bruselas, el resultado fue interpretado como una victoria de las políticas de libre mercado y una señal de continuidad para la estabilización institucional. Sin embargo, la prudencia domina entre los analistas europeos, que advierten que sin mejoras tangibles en los indicadores sociales el apoyo internacional podría diluirse. Desde América Latina, los gobiernos observan con cautela el avance del modelo libertario, conscientes de su potencial de contagio en la región.
El bajo nivel de participación electoral añadió un matiz de advertencia. En un país con larga tradición de compromiso cívico, que un tercio de los ciudadanos se haya abstenido de votar es más que una estadística: es una señal de desafección política. Los votantes parecen divididos entre quienes ven en Milei la promesa de una ruptura definitiva con el pasado y quienes perciben un experimento ideológico que podría profundizar las desigualdades.
En el balance general, la elección legislativa de 2025 deja un mensaje doble. Milei emerge fortalecido, con legitimidad renovada para avanzar en sus planes de reforma, pero también más expuesto a las consecuencias de sus decisiones. Su éxito dependerá de la capacidad de equilibrar la eficiencia económica con la sensibilidad social, en un contexto donde la paciencia de los ciudadanos se agota más rápido que los ciclos políticos. Argentina, que ha transitado de crisis en crisis durante décadas, enfrenta ahora el reto de encontrar un punto de estabilidad sin sacrificar su cohesión interna.
El país entra así en una etapa decisiva: una victoria que promete transformación, pero que exige prudencia; un liderazgo reafirmado, pero vigilado por la realidad económica y el desencanto ciudadano. En esa tensión —entre la euforia de los mercados y el cansancio de las calles— se juega el verdadero futuro del experimento libertario argentino.

